sábado, 7 de agosto de 2010

literatura hispanoamericana

Orígenes

 
Surge con la llegada,calla camello a finales del siglo XIX, del modernismo de José Martí, Rubén Darío, José Asunción Silva, apartándose de un canon literario específicamente europeo, encuentra ya sus señas de identidad en el periodo colonial y en el Romanticismo cuando a principios del siglo XIX se liberaron las distintas repúblicas hispanoamericanas, proceso que termina finalmente en 1898 con la pérdida por parte de España de sus colonias insulares de Cuba y Puerto Rico en América, y Filipinas en el Asia.

Es habitual considerar que el momento de mayor auge de la literatura hispanoamericana surge con el denominado boom a partir de 1940 y que se corresponde con la denominada literatura del realismo mágico o real-maravillosa. Al respecto José Donoso ofrece una clara explicación del fenómeno en su obra autobiográfica Historia personal del Boom.

Entre los escritores fundamentales de la primera etapa de este movimiento se encuentran, fuera de los ya mencionados, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Horacio Quiroga, Manuel Puig, Juan Carlos Onetti, Pablo Neruda, César Vallejo, Ciro Alegría, José Carlos Mariátegui, Mario Vargas Llosa, Alfredo Bryce Echenique, José Vasconcelos Calderón, Gabriel García Márquez, Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Augusto Roa Bastos y Miguel Ángel Asturias.


Cualquier reflexión sobre la literatura hispanoamericana establece de inmediato una doble característica aparentemente contradictoria: la unidad y la diversidad; la unidad de las letras hispanoamericanas viene dictada por la comunidad del idioma, por el hecho radical de compartir el español como lengua común. En cuanto a la diversidad, puede decirse que es una de las consecuencias históricas de la formación de las nacionalidades en América. De ahí que en el contexto latinoamericano la clasificación literaria por grupos nacionales pierda de vista las afinidades entre movimientos, la confluencia de estilos, la idéntica preocupación por una temática, la unidad, en suma, de un hecho literario que se expresa en una misma lengua con una portentosa gama de peculiaridades regionales

La exposición, sin embargo, obliga a mantener un orden, pero éste, por su mismo carácter convencional, no implica, al menos en este caso, jerarquización alguna.

Cabe anotar que la denominación de literatura hispanoamericana se concentra en la literatura producida en lengua española, a diferencia de la iberoamericana que, además de incluir la producción europea, reconoce el aporte peninsular (portugués y español) en la conformación de estas literaturas.

[editar] Los estudios literarios coloniales

En la búsqueda de nuevas formas de afrontar el referente literario, se plantearon nuevas formas de abordaje a través de estudios de varias disciplinas afines. Un caso que ilustra este problema son los estudios literarios coloniales. Walter Mignolo plantea esa problemática en su artículo La lengua, la letra, el territorio (o la crisis de los estudios literarios coloniales). Parte de la problemática de configurar un corpus de obras de estudio y de definir los parámetros que se usarían para hacer la selección. Tal problema se inicia con la perspectiva de críticos anteriores, como Enrique Anderson Imbert, que afirma que la literatura en América sólo la conforman aquellos textos que hacen "uso expresivo de la lengua española en América". Descarta las producciones en lenguas indígenas, los escritores hispanoamericanos que escribieron en latín como Rafael Landívar, en francés como Jules Supervielle o César Moro, o en inglés como Guillermo Enrique Hudson.

Por el contrario, la complejidad idiomática de las colonias y las confrontaciones de culturas basadas en la oralidad y en la escritura hacen del período colonial un contexto ideal para estudiar tanto las culturas y variables idiomáticas como el espectro de interacciones discursivas. La crisis aludida en el título se entiende como el reconocimiento, por parte de los investigadores, "de que la relevancia de la circulación de discursos en el Nuevo Mundo y entre el Nuevo Mundo y Europa para la comprensión del periodo va más allá de lo escrito (puesto que importan las tradiciones orales y las escrituras no alfabéticas) y de lo escrito en castellano por hispanos" (Mignolo, 4). En esta revisión de los estudios coloniales se ven cuatro proyecciones que contribuyen a examinar la imagen heredada de la literatura colonial. La primera comienza antes de 1980. Se refiere a los estudios de neolatín y los estudios de la literatura náhuatl, en la época del México colonial. La segunda proyección es un esfuerzo por justificar la atribución de propiedades estéticas o culturales a un conjunto de textos, que nos resulta hoy obvia, aunque no sus rasgos literarios. A la vez es un esfuerzo por ahondar en el origen de la literatura latinoamericana en el siglo XVI, con estudios como el de Enrique Pupo-Walker, que se esfuerza por encontrar las propiedades literarias en los escritos del Inca Garcilaso de la Vega y conjugar lo imaginario y lo retórico con lo literario en el pensamiento histórico, estudiando el uso de técnicas narrativas en discursos historiográficos. También hay que mencionar los trabajos de Noé Jitrik sobre Colón y de Beatriz Pastor en sus estudios del discurso narrativo. Estas investigaciones tienen dos elementos en común, que son el crear un espacio crítico sobre la naturaleza de lo literario y lo hispanoamericano, y proyectar las técnicas del análisis literario hacia el análisis de discursos no-literarios.

La tercera proyección u orientación a que se refiere Mignolo(6)es el interés en buscar las constantes más que la especificidad de un discurso, y por otro lado las normas retóricas que regían la producción literaria y la lectura de discursos entre los siglos XVI y XVII. Finalmente, la cuarta orientación se centra en la interacción entre las fronteras idiomáticas y el discurso hegemónico. Tanto la descripción como la puesta en escena del discurso requieren un “contexto de descripción” cuya configuración no la elabora la Historia, sino que la postula el investigador, como medio de adentrarse en esa compleja cultura de las lenguas precolombinas.

Estos ejemplos nos muestran el desplazamiento del área de estudios de la literatura hispanoamericana hacia el discurso de la colonia. También nos invitan a examinar los límites de la noción de literatura hispanoamericana, y nos exigen una revisión de la noción de “literatura” y de lo “hispanoamericano”.

Jorge Luis Borges (1899), que alcanzó la fama internacional con el “boom” de los años sesenta, es un escritor que estuvo ligado, ya en los años 20, a los movimientos vanguardistas del momento. Su reconocido magisterio entre tantos escritores latinoamericanos contemporáneos no debe hacer olvidar su obra anterior a la Segunda Guerra Mundial, aunque en parte se haya revalorizado tras el “boom” , ni el medio literario del que surge. Borges se inicia como poeta con Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929) y se revela al mismo tiempo como extraordinario ensayista en Inquisiciones (1925) y Evaristo Carriego (1930) Posteriormente se convierte en uno de los grandes escritores latinoamericanos con Historia universal de la infamia (1935), El jardín de senderos que se bifurcan (1941), Ficciones (1944), El Aleph (1952), El hacedor (1960) y El informe de Brodie (1970), a los que hay que sumar los volúmenes de ensayos Historia de la eternidad (1936) y Otras inquisiciones (1952).

Con respecto al medio en que aparece Borges es importante consignar los nombres de Macedonio Fernández (1874-1952), Museo de la novela de la Eterna (1967), Leopoldo Marechal (1900–1970), de la misma generación que Borges, Adán Buenosayres (1948), novela y Oliverio Girondo (1891–1967), Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922). Junto a otros escritores agrupados en la revista Martín Fierro y que integraron el Grupo Florida, hay que mencionar a Leónidas Barletta como uno de los principales exponentes del Grupo Boedo, con una estética menos vanguardista y más ligada a las cuestiones sociales. Un caso aparte es Ricardo Güiraldes (1886–1927), que con Don Segundo Sombra (1926) corona la novela de la tierra en Argentina.

Un escritor de importancia en el periodo de entreguerras, y que recoge con fidelidad el ambiente crítico y desesperado de la época, es Roberto Arlt (1900–1942), autor de novelas como El juguete rabioso (1927), Los siete locos (1929) y Los lanzallamas (1931), en las que el habla porteña adquiere una categoría expresiva novedosa y literariamente original. Enrique Amorim (1900–1960), uruguayo integrado en la literatura argentina, se caracteriza por sus obras de tema rural, El paisano Aguilar (1934), El caballo y su sombra (1941). Nicolás Olivari (1900-1966), poeta tremendista y atormentado, aporta en este período los volúmenes de poesía La musa de la mala pata (1936), Diez poemas sin poesía (1938), Poemas rezagados (1946) y los libros de relatos La mosca verde (1933) y El hombre de la navaja y de la puñalada (1933). Mientras que Raúl González Tuñón (1905–1974), que combina tanto la estética de Boedo como la de Florida, se destaca como poeta en El violín del diablo (1926), La calle del agujero en la media (1930), La rosa blindada (1936) y La muerte en Madrid (1939). El poeta Fernando Guibert (1912-1983), llamado "acosador del lenguaje", logra romper con las fórmulas de la lengua abriendo nuevos niveles de percepción poética con Poeta al pie de Buenos Aires (1953) y su poema cosmogónico Ahora Vamos (1983).

La tradición fantástica que inaugura Borges tiene especial influencia en narradores como Adolfo Bioy Casares (1914) y Silvina Ocampo (1905). Tras la novela La invención de Morel (1940), Bioy publica, dentro de la línea argentina borgiana, una serie excelente de cuentos que reunirá en 1972 en Historia fantástica. Victoria Ocampo (1893–1979), hermana mayor de Silvina, es una notable ensayista, Testimonios (1935, 1942, 1946), y desempeña un papel de gran importancia como editora al fundar en 1931 la revista Sur, que dará a conocer, entre otros, al propio Borges.

Al margen del entorno de Borges se mueven Manuel Mujica Láinez (1910–1984), Bomarzo (1962) y Antonio di Benedetto (1922), Zama (1956), junto a los que cabe citar a un grupo de narradores dedicados, sobre la condición humana. Tal es el caso de Eduardo Mallea (1903–1982), mediante técnicas realistas, a una angustiada indagación sobre la condición humana: La bahía del silencio (1940), Todo verdor perecerá (1941), Rodeada está de sueño (1943), Ernesto Sabato (1911), novelista que adquirió renombre en los años sesenta, pese a no ser uno de los protagonistas del “boom”. Su trilogía El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961) y Abaddón el exterminador (1974) constituye un ejemplo de novela total y es una de las muestras más sólidas de la narrativa argentina contemporánea.

Julio Cortázar (1914–1984) es, junto con Borges y Sabato, uno de los escritores de mayor renombre de la literatura hispanoamericana. En su narrativa confluyen tanto la herencia de Borges, Marechal y Macedonio Fernández como la de una tradición europea en la línea de la literatura fantástica surrealista. Sus mejores cuentos se encuentran en los volúmenes Bestiario (1951), Final del juego (1956) y Las armas secretas (1959), mientras que su novela central, que ha gozado de una enorme influencia entre los jóvenes narradores hispanoamericanos, es Rayuela (1963). Entre éstos, y en el ámbito argentino, han sobresalido Juan José Saer (1938), El limonero real y Manuel Puig (1932), La traición de Rita Hayworth (1968) y Boquitas pintadas (1969).


Artículo principal: Literatura de Bolivia







El boliviano Alcides Arguedas (1879–1946) es autor de una de las obras fundacionales de la novelística hispanoamericana contemporánea: Raza de bronce (1919), novela que constituye un documento esencial sobre el indigenismo. La narrativa boliviana se centra en los años treinta en la dramática guerra del Chaco, tratada por Augusto Céspedes (1904) en el volumen de relatos Sangre de mestizos (1936). Otro gran escritor es Adolfo Costa du Rels (1891), cuyas novelas, Tierras hechizadas (1931), El embrujo del oro (1942), Los Andes no creen en Dios (1937), describen el mundo de los mineros del estaño.

Cabe destacar la influyente figura de Jaime Sáenz que marcó el devenir literario boliviano de los últimos decenios del siglo XX. Además de la importante aportación de Marcelo Quiroga Santa Cruz a la narrativa contemporánea en Bolivia.

Tras el llamado "Boom Latinoamericano" ha surgido en Bolivia una nueva generación de narradores cuyos principales representantes son : Ramón Rocha Monroy, Juan Claudio Lechín, Gary Daher Canedo, Edmundo Paz Soldán, Gonzalo Lema, Wolfango Montes Vanucci, Giovanna Rivero, Homero Carvalho, Claudia Peña, Eduardo Scott, entre otros.